INDICE
CUENTO
NOVELA
POEMA
DRAMA
ESTREMES
CHISTE
REFRAN
ADIVINANZA
CANCION
CUENTO
EL PATITO FEO
Autor:
Todos esperaban en la granja el
gran acontecimiento. El nacimiento de los polluelos de mamá pata. Llevaba días empollándolos
y podían llegar en cualquier momento.
El día más caluroso del verano mamá pata escuchó de repente…¡cuac, cuac! y vio al levantarse cómo uno por uno empezaban a romper el cascarón. Bueno, todos menos uno.
- ¡Eso es un huevo de pavo!, le dijo una pata vieja a mamá pata.
- No importa, le daré un poco más de calor para que salga.
Pero cuando por fin salió resultó que ser un pato totalmente diferente al resto. Era grande y feo, y no parecía un pavo. El resto de animales del corral no tardaron en fijarse en su aspecto y comenzaron a reírse de él.
- ¡Feo, feo, eres muy feo!, le cantaban
Su madre lo defendía pero pasado el tiempo ya no supo qué decir. Los patos le daban picotazos, los pavos le perseguían y las gallinas se burlaban de él. Al final su propia madre acabó convencida de que era un pato feo y tonto.
- ¡Vete, no quiero que estés aquí!
El pobre patito se sintió muy triste al oír esas palabras y escapó corriendo de allí ante el rechazo de todos.
Acabó en una ciénaga donde conoció a dos gansos silvestres que a pesar de su fealdad, quisieron ser sus amigos, pero un día aparecieron allí unos cazadores y acabaron repentinamente con ellos. De hecho, a punto estuvo el patito de correr la misma suerte de no ser porque los perros lo vieron y decidieron no morderle.
- ¡Soy tan feo que ni siquiera los perros me muerden!- pensó el pobre patito.
Continuó su viaje y acabó en la casa de una mujer anciana que vivía con un gato y una gallina. Pero como no fue capaz de poner huevos también tuvo que abandonar aquel lugar. El pobre sentía que no valía para nada.
Un atardecer de otoño estaba mirando al cielo cuando contempló una bandada de pájaros grandes que le dejó con la boca abierta. Él no lo sabía, pero no eran pájaros, sino cisnes.
- ¡Qué grandes son! ¡Y qué blancos! Sus plumas parecen nieve .
Deseó con todas sus fuerzas ser uno de ellos, pero abrió los ojos y se dio cuenta de que seguía siendo un animalucho feo.
Tras el otoño, llegó el frío invierno y el patito pasó muchas calamidades. Un día de mucho frío se metió en el estanque y se quedó helado. Gracias a que pasó por allí un campesino, rompió el frío hielo y se lo llevó a su casa el patito siguió vivo. Estando allí vio que se le acercaban unos niños y creyó que iban a hacerle daño por ser un pato tan feo, así que se asustó y causó un revuelo terrible hasta que logró escaparse de allí.
El día más caluroso del verano mamá pata escuchó de repente…¡cuac, cuac! y vio al levantarse cómo uno por uno empezaban a romper el cascarón. Bueno, todos menos uno.
- ¡Eso es un huevo de pavo!, le dijo una pata vieja a mamá pata.
- No importa, le daré un poco más de calor para que salga.
Pero cuando por fin salió resultó que ser un pato totalmente diferente al resto. Era grande y feo, y no parecía un pavo. El resto de animales del corral no tardaron en fijarse en su aspecto y comenzaron a reírse de él.
- ¡Feo, feo, eres muy feo!, le cantaban
Su madre lo defendía pero pasado el tiempo ya no supo qué decir. Los patos le daban picotazos, los pavos le perseguían y las gallinas se burlaban de él. Al final su propia madre acabó convencida de que era un pato feo y tonto.
- ¡Vete, no quiero que estés aquí!
El pobre patito se sintió muy triste al oír esas palabras y escapó corriendo de allí ante el rechazo de todos.
Acabó en una ciénaga donde conoció a dos gansos silvestres que a pesar de su fealdad, quisieron ser sus amigos, pero un día aparecieron allí unos cazadores y acabaron repentinamente con ellos. De hecho, a punto estuvo el patito de correr la misma suerte de no ser porque los perros lo vieron y decidieron no morderle.
- ¡Soy tan feo que ni siquiera los perros me muerden!- pensó el pobre patito.
Continuó su viaje y acabó en la casa de una mujer anciana que vivía con un gato y una gallina. Pero como no fue capaz de poner huevos también tuvo que abandonar aquel lugar. El pobre sentía que no valía para nada.
Un atardecer de otoño estaba mirando al cielo cuando contempló una bandada de pájaros grandes que le dejó con la boca abierta. Él no lo sabía, pero no eran pájaros, sino cisnes.
- ¡Qué grandes son! ¡Y qué blancos! Sus plumas parecen nieve .
Deseó con todas sus fuerzas ser uno de ellos, pero abrió los ojos y se dio cuenta de que seguía siendo un animalucho feo.
Tras el otoño, llegó el frío invierno y el patito pasó muchas calamidades. Un día de mucho frío se metió en el estanque y se quedó helado. Gracias a que pasó por allí un campesino, rompió el frío hielo y se lo llevó a su casa el patito siguió vivo. Estando allí vio que se le acercaban unos niños y creyó que iban a hacerle daño por ser un pato tan feo, así que se asustó y causó un revuelo terrible hasta que logró escaparse de allí.
El resto del invierno fue duro
para el pobre patito. Sólo, muerto de frío y a menudo muerto de hambre también.
Pero a pesar de todo logró sobrevivir y por fin llegó la primavera.
Una tarde en la que el sol empezaba a calentar decidió acudir al parque para contemplar las flores, que comenzaban a llenarlo todo. Allí vio en el estanque dos de aquellos pájaros grandes y blancos y majestuosos que había visto una vez hace tiempo. Volvió a quedarse hechizado mirándolos, pero esta vez tuvo el valor de acercarse a ellos.
Voló hasta donde estaban y entonces, algo llamó su atención en su reflejo. ¿Dónde estaba la imagen del pato grande y feo que era? ¡En su lugar había un cisne! Entonces eso quería decir que… ¡se había convertido en cisne! O mejor dicho, siempre lo había sido.
Desde aquel día el patito tuvo toda la felicidad que hasta entonces la vida le había negado y aunque escuchó muchos elogios alabando su belleza, él nunca acabó de acostumbrarse.
Una tarde en la que el sol empezaba a calentar decidió acudir al parque para contemplar las flores, que comenzaban a llenarlo todo. Allí vio en el estanque dos de aquellos pájaros grandes y blancos y majestuosos que había visto una vez hace tiempo. Volvió a quedarse hechizado mirándolos, pero esta vez tuvo el valor de acercarse a ellos.
Voló hasta donde estaban y entonces, algo llamó su atención en su reflejo. ¿Dónde estaba la imagen del pato grande y feo que era? ¡En su lugar había un cisne! Entonces eso quería decir que… ¡se había convertido en cisne! O mejor dicho, siempre lo había sido.
Desde aquel día el patito tuvo toda la felicidad que hasta entonces la vida le había negado y aunque escuchó muchos elogios alabando su belleza, él nunca acabó de acostumbrarse.
NOVELA
Las dos glorias
de Pedro Antonio de Alarcón
de Pedro Antonio de Alarcón
Un día que el célebre pintor
flamenco Pedro Pablo Rubens andaba recorriendo los templos de Madrid acompañado
de sus afamados discípulos, penetró en la iglesia de un humilde convento, cuyo
nombre no designa la tradición.
Poco o nada encontró que admirar
el ilustre artista en aquel pobre y desmantelado templo, y ya se marchaba
renegando, como solía, del mal gusto de los frailes de Castilla la Nueva,
cuando reparó en cierto cuadro medio oculto en las sombras de feísima capilla;
acercóse a él, y lanzó una exclamación de asombro.
Sus discípulos le rodearon al
momento, preguntándole:
- ¿Qué habéis encontrado,
maestro?
- ¡Mirad! -dijo Rubens señalando,
por toda contestación, al lienzo que tenía delante.
Los jóvenes quedaron tan
maravillados como el autor del "Descendimiento".
Representaba aquel cuadro la
"Muerte de un religioso". Era éste muy joven, y de una belleza que ni
la penitencia ni la agonía habían podido eclipsar, y hallábase tendido sobre
los ladrillos de su celda, velados ya los ojos por la muerte, con una mano
extendida sobre una calavera, y estrechando con la otra, a su corazón, un
crucifijo de madera y cobre.
En el fondo del lienzo se veía
pintado otro cuadro, que figuraba estar colgado cerca del lecho de que se
suponía haber salido el religioso para morir con más humildad sobre la dura
tierra.
Aquel segundo cuadro representaba
a una difunta, joven y hermosa, tendida en el ataúd entre fúnebres cirios y
negras y suntuosas colgaduras....
Nadie hubiera podido mirar estas
dos escenas, contenida la una en la otra, sin comprender que se explicaban y
completaban recíprocamente. Un amor desgraciado, una esperanza muerta, un
desencanto de la vida, un olvido eterno del mundo: he aquí el poema misterioso
que se deducía de los dos ascéticos dramas que encerraba aquel lienzo.
Por lo demás, el color, el
dibujo, la composición, todo revelaba un genio de primer orden.
- Maestro, ¿de quién puede ser
esta magnífica obra? -preguntaron a Rubens sus discípulos, que ya habían
alcanzado el cuadro.
- En este ángulo ha habido un
nombre escrito (respondió el maestro); pero hace muy pocos meses que ha sido
borrado. En cuanto a la pintura, no tiene arriba de treinta años, ni menos de
veinte.
- Pero el autor....
- El autor, según el mérito del
cuadro, pudiera ser Velazquez, Zurbarán, Ribera, o el joven Murillo, de quien
tan prendado estoy.... Pero Velazquez no siente de este modo. Tampoco es
Zurbarán, si atiendo al color y a la manera de ver el asunto. Menos aún debe
atribuirse a Murillo ni a Ribera: aquél es más tierno, y éste es más sombrío;
y, además, ese estilo no pertenece ni a la escuela del uno ni a la del otro. En
resumen: yo no conozco al autor de este cuadro, y hasta juraría que no he visto
jamás obras suyas. Voy más lejos: creo que el pintor desconocido, y acaso ya
muerto, que ha legado al mundo tal maravilla, no perteneció a ninguna escuela,
ni ha pintado más cuadro que éste, ni hubiera podido pintar otro que se le
acercara en mérito.... Ésta es una obra de pura inspiración, un asunto
"propio", un reflejo del alma, un pedazo de la vida.... Pero.... ¡Qué
idea! ¿Queréis saber quién ha pintado ese cuadro? ¡Pues lo ha pintado ese mismo
muerto que veis en él!
- ¡Eh! Maestro.... ¡Vos os
burláis!
- No: yo me entiendo....
- Pero ¿cómo concebís que un
difunto haya podido pintar su agonía?
- ¡Concibiendo que un vivo pueda
adivinar o representar su muerte! Además, vosotros sabéis que profesar "de
veras" en ciertas Órdenes religiosas es morir.
- ¡Ah! ¿Creéis vos?...
- Creo que aquella mujer que está
de cuerpo presente en el fondo del cuadro era el alma y la vida de este fraile
que agoniza contra el suelo; creo que, cuando ella murió, él se creyó también
muerto, y murió efectivamente para el mundo; creo, en fin, que esta obra, más
que el último instante de su héroe o de su autor (que indudablemente son una
misma persona), representa la profesión de un joven desengañado de alegrías
terrenales....
- ¿De modo que puede vivir
todavía?...
- ¡Sí, señor, que puede vivir! Y
como la cosa tiene fecha, tal vez su espíritu se habrá serenado y hasta
regocijado, y el desconocido artista sea ahora un viejo muy gordo y muy alegre....
Por todo lo cual ¡hay que buscarlo! Y, sobre todo, necesitamos averiguar si
llegó a pintar más obras.... Seguidme.
Y así diciendo, Rubens se dirigió
a un fraile que rezaba en otra capilla y le preguntó con su desenfado habitual:
- ¿Queréis decirle al Padre Prior
que deseo hablarle de parte del Rey?
El fraile, que era hombre de
alguna edad, se levantó trabajosamente, y respondió con voz humilde y
quebrantada:
- ¿Qué me queréis? Yo soy el
Prior.
- Perdonad, padre mío, que
interrumpa vuestras oraciones (replicó Rubens). ¿Pudierais decirme quién es el
autor de este cuadro?
- ¿De ese cuadro? (exclamó el
religioso.) ¿Qué pensaría V. de mí si le contestase que no me acuerdo?
- ¿Cómo? ¿Lo sabíais, y habéis
podido olvidarlo?
- Sí, hijo mío, lo he olvidado completamente.
- Pues, padre... (dijo Rubens en
són de burla procaz), ¡tenéis muy mala memoria!
El Prior volvió a arrodillarse
sin hacerle caso.
- ¡Vengo en nombre del Rey!
-gritó el soberbio y mimado flamenco.
- ¿Qué más queréis, hermano mío?
-murmuró el fraile, levantando lentamente la cabeza.
- ¡Compraros este cuadro!
- Ese cuadro no se vende.
- Pues bien: decidme dónde
encontraré a su autor....Su Majestad deseará conocerlo, y yo necesito
abrazarlo, felicitarlo..., demostrarle mi admiración y mi cariño....
- Todo eso es también
irrealizable....Su autor no está ya en el mundo.
- ¡Ha muerto! -exclamó Rubens con
desesperación.
- ¡El maestro decía bien!
(pronunció uno de los jóvenes.) Ese cuadro está pintado por un difunto....
- ¡Ha muerto!... (repitió Rubens.)
¡Y nadie lo ha conocido! ¡Y se ha olvidado su nombre! ¡Su nombre, que debió ser
inmortal! ¡Su nombre, que hubiera eclipsado el mío! Sí; "el mío"...,
padre.... (añadió el artista con noble orgullo.) ¡Porque habéis de saber que yo
soy Pedro Pablo Rubens!
A este nombre, glorioso en todo
el universo, y que ningún hombre consagrado a Dios desconocía ya, por ir unido
a cien cuadros místicos, verdaderas maravillas del arte, el rostro pálido del
Prior se enrojeció súbitamente, y sus abatidos ojos se clavaron en el semblante
del extranjero con tanta veneración como sorpresa.
- ¡Ah! ¡Me conocíais! (exclamó
Rubens con infantil satisfacción.) ¡Me alegro en el alma! ¡Así seréis menos
fraile conmigo! Conque... ¡vamos! ¿Me vendéis el cuadro?
- ¡Pedís un imposible! -respondió
el Prior.
- Pues bien: ¿sabéis de alguna
otra obra de ese malogrado genio? ¿No podréis recordar su nombre? ¿Queréis
decirme cuándo murió?
- Me habéis comprendido mal....
(replicó el fraile.)--Os he dicho que el autor de esa pintura no pertenece al
mundo; pero esto no significa precisamente que haya muerto....
- ¡Oh! ¡Vive! ¡vive! (exclamaron
todos los pintores.) ¡Haced que lo conozcamos!
- ¿Para qué? ¡El infeliz ha
renunciado a todo lo de la tierra! ¡Nada tiene que ver con los hombres!... ¡nada!...--Os
suplico, por tanto, que lo dejéis morir en paz.
- ¡Oh! (dijo Rubens con
exaltación.) ¡Eso no puede ser, padre mío! Cuando Dios enciende en un alma el
fuego sagrado del genio, no es para que esa alma se consuma en la soledad, sino
para que cumpla su misión sublime de iluminar el alma de los demás hombres.
¡Nombradme el monasterio en que se oculta el grande artista, y yo iré a
buscarlo y lo devolveré al siglo! ¡Oh! ¡Cuánta gloria le espera!
- Pero... ¿y si la rehusa?
-preguntó el Prior tímidamente.
- Si la rehusa acudiré al Papa,
con cuya amistad me honro, y el Papa lo convencerá mejor que yo.
- ¡El Papa! -exclamó el Prior.
- ¡Sí, padre; el Papa! -repitió
Rubens.
- ¡Ved por lo que no os diría el
nombre de ese pintor aunque lo recordase! ¡Ved por lo que no os diré a qué
convento se ha refugiado!
- Pues bien, padre, ¡el Rey y el
Papa os obligarán á decirlo! (respondió Rubens exasperado.) -Yo me encargo de
que así suceda.
- ¡Oh! ¡No lo haréis! (exclamó el
fraile.) ¡Haríais muy mal, señor Rubens! Llevaos el cuadro si queréis; pero
dejad tranquilo al que descansa. ¡Os hablo en nombre de Dios! ¡Sí! Yo he
conocido, yo he amado, yo he consolado, yo he redimido, yo he salvado de entre
las olas de las pasiones y las desdichas, náufrago y agonizante, a ese grande
hombre, como vos decis, a ese infortunado y ciego mortal, como yo le llamo;
olvidado ayer de Dios y de sí mismo, hoy cercano a la suprema felicidad!... ¡La
gloria!... ¿Conocéis alguna mayor que aquélla a que él aspira? ¿Con qué derecho
queréis resucitar en su alma los fuegos fatuos de las vanidades de la tierra,
cuando arde en su corazón la pira inextinguible de la caridad? ¿Creéis que ese
hombre, antes de dejar el mundo, antes de renunciar a las riquezas, a la fama,
al poder, a la juventud, al amor, a todo lo que desvanece a las criaturas, no
habrá sostenido ruda batalla con su corazón? ¿No adivináis los desengaños y
amarguras que lo llevarían al conocimiento de la mentira de las cosas humanas?
Y ¿queréis volverlo a la pelea cuando ya ha triunfado?
- Pero ¡eso es renunciar a la
inmortalidad! -gritó Rubens.
- ¡Eso es aspirar a ella!
- Y ¿con qué derecho os
interponéis vos entre ese hombre y el mundo? ¡Dejad que le hable, y él
decidirá!
- Lo hago con el derecho de un
hermano mayor, de un maestro, de un padre; que todo esto soy para él.... ¡Lo
hago en el nombre de Dios, os vuelvo a decir! Respetadlo..., para bien de
vuestra alma.
Y, así diciendo, el religioso
cubrió su cabeza con la capucha y se alejó a lo largo del templo.
- Vámonos -dijo Rubens. Yo sé lo que
me toca hacer.
- ¡Maestro! (exclamó uno de los
discípulos, que durante la anterior conversación había estado mirando
alternativamente al lienzo y al religioso.) ¿No creéis, como yo, que ese viejo
frailuco se parece muchísimo al joven que se muere en este cuadro?
- ¡Calla! ¡Pues es verdad!
-exclamaron todos.
- Restad las arrugas y las
barbas, y sumad los treinta años que manifiesta la pintura, y resultará que el
maestro tenía razón cuando decía que ese religioso muerto era a un mismo tiempo
retrato y obra de un religioso vivo. Ahora bien: ¡Dios me confunda si ese
religioso vivo no es el Padre Prior!
Entretanto Rubens, sombrío,
avergonzado y enternecido profundamente, veía alejarse al anciano, el cual lo
saludó cruzando los brazos sobre el pecho poco antes de desaparecer.
- ¡Él era, sí!... (balbuceó el
artista.) ¡Oh!... Vamonos.... (añadió volviéndose a sus discípulos.) ¡Ese
hombre tenía razón! ¡Su gloria vale más que la mía! ¡Dejémoslo morir en paz!
Y dirigiendo una última mirada al
lienzo que tanto le había sorprendido, salió del templo y se dirigió a Palacio,
donde lo honraban SS. MM. teniéndole a la mesa.
Tres días después volvió Rubens, enteramente solo, a aquella humilde capilla, deseoso de contemplar de nuevo la maravillosa pintura, y aun de hablar otra vez con su presunto autor.
Pero el cuadro no estaba ya en su
sitio.
En cambio se encontró con que en
la nave principal del templo había un ataúd en el suelo, rodeado de toda la
comunidad, que salmodiaba el Oficio de difuntos....
Acercóse a mirar el rostro del
muerto, y vió que era el Padre Prior.
- ¡Gran pintor fué!... (dijo
Rubens, luego que la sorpresa y el dolor hubieron cedido lugar a otros
sentimientos.)¡Ahora es cuando más se parece a su obra!
Madrid, 1858.
Poema
VIDA
Vivir como una isla,
lleno por todas partes
de ti, que me rodeas
ya presente o distante
con un temblor de luz
primera, sin pulir,
sin arista de tarde,
ni sombra de jardín.
Y ángeles en espejos
guardando tu mirada
para hacerse verdades
y noches estrelladas.
Vivir como una isla,
lleno por todas partes
de ti, que me rodeas
ya presente o distante
con un temblor de luz
primera, sin pulir,
sin arista de tarde,
ni sombra de jardín.
Y ángeles en espejos
guardando tu mirada
para hacerse verdades
y noches estrelladas.
Autor del poema: Jorge Rojas
DRAMA
Fragmento de LA ZAPATERA
PRODIGIOSA
Federico García Lorca
NIÑO: (temerosamente) Gente de paz.
ZAPATERA: (abriendo) ¿Eres tu? (Melosa y conmovida)
NIÑO: Sí, señora Zapaterita. ¿Estaba usted llorando?
ZAPATERA: No, es que un mosco de esos que hacen piiiii me ha picado en este ojo.
NIÑO: ¿Quiere usted que le sople?
ZAPATERA: No, hijo mío, ya se me ha pasado... (Le acaricia.) ¿Y qué es lo que quieres?
NIÑO: Vengo con estos zapatos de charol, costaron cinco duros, para que los arregle su marido. Son de mi hermana la grande, la que tiene el cutis fino y se pone dos lazos, que tiene dos, un día uno y otro día otro, en la cintura.
Federico García Lorca
NIÑO: (temerosamente) Gente de paz.
ZAPATERA: (abriendo) ¿Eres tu? (Melosa y conmovida)
NIÑO: Sí, señora Zapaterita. ¿Estaba usted llorando?
ZAPATERA: No, es que un mosco de esos que hacen piiiii me ha picado en este ojo.
NIÑO: ¿Quiere usted que le sople?
ZAPATERA: No, hijo mío, ya se me ha pasado... (Le acaricia.) ¿Y qué es lo que quieres?
NIÑO: Vengo con estos zapatos de charol, costaron cinco duros, para que los arregle su marido. Son de mi hermana la grande, la que tiene el cutis fino y se pone dos lazos, que tiene dos, un día uno y otro día otro, en la cintura.
Salen
Doña Lorenza y Cristina, su criada, y Hortigosa, su vecina.
Doña
Lorenza Milagro ha sido éste, señora Hortigosa, el no haber dado la vuelta a la
llave mi duelo, mi yugo y mi desesperación. Éste es el primero día, después que
me casé con él, que hablo con persona de fuera de casa; que fuera le vea yo
desta vida a él y a quien con él me casó.
Hortigosa
Ande, mi señora doña Lorenza, no se queje tanto; que con una caldera vieja se
compra otra nueva.
Doña
Lorenza Y aun con esos y otros semejantes villancicos o refranes me engañaron a
mí; que malditos sean sus dineros, fuera de las cruces; malditas sus joyas,
malditas sus galas, y maldito todo cuanto me da y promete. ¿De qué me sirve a
mí todo aquesto, si en mitad de la riqueza estoy pobre, y en medio de la
abundancia con hambre?
Cristina
En verdad, señora tía, que tienes razón; que más quisiera yo andar con un trapo
atrás y otro adelante, y tener un marido mozo, que verme casada y enlodada con
ese viejo podrido que tomaste por esposo.
Doña
Lorenza ¿Yo le tomé, sobrina? A la fe, diómele quien pudo; y yo, como muchacha,
fui más presta al obedecer que al contradecir; pero, si yo tuviera tanta
experiencia destas cosas, antes me tarazara la lengua con los dientes que pronunciar
aquel sí, que se pronuncia con dos letras y da que llorar dos mil años; pero yo
imagino que no fue otra cosa sino que había de ser ésta, y que, las que han de
suceder forzosamente, no hay prevención ni diligencia humana que las prevenga.
Cristina
¡Jesús y del mal viejo! Toda la noche: ``Daca el orinal, toma el orinal;
levántate, Cristinica, y caliéntame unos paños, que me muero de la ijada; dame
aquellos juncos, que me fatiga la piedra''. Con más ungüentos y medicinas en el
aposento que si fuera una botica; y yo, que apenas sé vestirme, tengo de
servirle de enfermera. ¡Pux, pux, pux, viejo clueco, tan potroso como celoso, y
el más celoso del mundo!
Doña
Lorenza Dice la verdad mi sobrina.
Cristina
¡Pluguiera a Dios que nunca yo la dijera en esto!
Hortigosa
Ahora bien, señora doña Lorenza, vuesa merced haga lo que le tengo aconsejado,
y verá cómo se halla muy bien con mi consejo. El mozo es como un ginjo verde;
quiere bien, sabe callar y agradecer lo que por él se hace; y, pues los celos y
el recato del viejo no nos dan lugar a demandas ni a respuestas, resolución y
buen ánimo: que, por la orden que hemos dado, yo le pondré al galán en su
aposento de vuesa merced y le sacaré, si bien tuviese el viejo más ojos que
Argos y viese más que un zahorí, que dicen que vee siete estados debajo de la
tierra.
Doña
Lorenza Como soy primeriza, estoy temerosa, y no querría, a trueco del gusto,
poner a riesgo la honra.
Cristina
Eso me parece, señora tía, a lo del cantar de Gómez Arias:
Señor
Gómez Arias,
doleos
de mí;
soy
niña y muchacha,
nunca
en tal me vi.
Doña
Lorenza Algún espíritu malo debe de hablar en ti, sobrina, según las cosas que
dices.
Cristina
Yo no sé quién habla; pero yo sé que haría todo aquello que la señora Hortigosa
ha dicho, sin faltar punto.
Doña
Lorenza ¿Y la honra, sobrina?
Cristina
¿Y el holgarnos, tía?
Doña
Lorenza ¿Y si se sabe?
Cristina
¿Y si no se sabe?
Doña
Lorenza ¿Y quién me asegurará a mí que no se sepa?
Hortigosa
¿Quién? La buena diligencia, la sagacidad, la industria; y, sobre todo, el buen
ánimo y mis trazas.
Cristina
Mire, señora Hortigosa, tráyanosle galán, limpio, desenvuelto, un poco
atrevido, y, sobre todo, mozo.
Hortigosa
Todas esas partes tiene el que he propuesto, y otras dos más: que es rico y
liberal.
Doña
Lorenza Que no quiero riquezas, señora Hortigosa; que me sobran las joyas, y me
ponen en confusión las diferencias de colores de mis muchos vestidos; hasta eso
no tengo que desear, que Dios le dé salud a Cañizares: más vestida me tiene que
un palmito, y con más joyas que la vedriera de un platero rico. No me clavara
él las ventanas, cerrara las puertas, visitara a todas horas la casa,
desterrara della los gatos y los perros, solamente porque tienen nombre de
varón; que, a trueco de que no hiciera esto, y otras cosas no vistas en materia
de recato, yo le perdonara sus dádivas y mercedes.
Hortigosa
¿Que tan celoso es?
Doña
Lorenza Digo que le vendían el otro día una tapicería a bonísimo precio, y por
ser de figuras no la quiso, y compró otra de verduras por mayor precio, aunque
no era tan buena. Siete puertas hay antes que se llegue a mi aposento, fuera de
la puerta de la calle, y todas se cierran con llave; y las llaves no me ha sido
posible averiguar dónde las esconde de noche.
Cristina
Tía, la llave de loba creo que se la pone entre las faldas de la camisa.
Doña
Lorenza No lo creas, sobrina; que yo duermo con él, y jamás le he visto ni
sentido que tenga llave alguna.
Cristina
Y más, que toda la noche anda como trasgo por toda la casa; y si acaso dan
alguna música en la calle, les tira de pedradas porque se vayan: es un malo, es
un brujo; es un viejo, que no tengo más que decir.
Doña
Lorenza Señora Hortigosa, váyase, no venga el gruñidor y la halle conmigo, que
sería echarlo a perder todo; y lo que ha de hacer, hágalo luego; que estoy tan
aburrida, que no me falta sino echarme una soga al cuello, por salir de tan
mala vida.
Hortigosa
Quizá con esta que ahora se comenzará, se le quitará toda esa mala gana y le
vendrá otra más saludable y que más la contente.
Cristina
Así suceda, aunque me costase a mí un dedo de la mano: que quiero mucho a mi
señora tía, y me muero de verla tan pensativa y angustiada en poder deste viejo
y reviejo, y más que viejo; y no me puedo hartar de decille viejo.
Doña
Lorenza Pues en verdad que te quiere bien, Cristina.
Cristina
¿Deja por eso de ser viejo? Cuanto más, que yo he oído decir que siempre los
viejos son amigos de niñas.
Hortigosa
Así es la verdad, Cristina, y adiós, que, en acabando de comer, doy la vuelta.
Vuesa merced esté muy en lo que dejamos concertado, y verá cómo salimos y
entramos bien en ello.
Cristina
Señora Hortigosa, hágame merced de traerme a mí un frailecico pequeñito, con
quien yo me huelgue.
Hortigosa
Yo se le traeré a la niña pintado.
Cristina
¡Que no le quiero pintado, sino vivo, vivo, chiquito como unas perlas!
Doña
Lorenza ¿Y si lo vee tío?
Cristina
Diréle yo que es un duende, y tendrá dél miedo, y holgaréme yo.
Hortigosa
Digo que yo le trairé, y adiós.
Vase
Hortigosa.
Cristina
Mire tía: si Hortigosa trae al galán y a mi frailecico, y si señor los viere,
no tenemos más que hacer sino cogerle entre todos y ahogarle, y echarle en el
pozo o enterrarle en la caballeriza.
Doña
Lorenza Tal eres tú, que creo lo harías mejor que lo dices.
Cristina
Pues no sea el viejo celoso, y déjenos vivir en paz, pues no le hacemos mal
alguno, y vivimos como unas santas.
Éntranse.
Entran
Cañizares, viejo, y un compadre suyo.
Cañizares
Señor compadre, señor compadre: el setentón que se casa con quince, o carece de
entendimiento, o tiene gana de visitar el otro mundo lo más presto que le sea
posible. Apenas me casé con doña Lorencica, pensando tener en ella compañía y
regalo, y persona que se hallase en mi cabecera, y me cerrase los ojos al
tiempo de mi muerte, cuando me embistieron una turbamulta de trabajos y
desasosiegos; tenía casa, y busqué casar; estaba posado, y desposéme.
Compadre
Compadre, error fue, pero no muy grande; porque, según el dicho del Apóstol,
mejor es casarse que abrasarse.
Cañizares
¡Que no había que abrasar en mí, señor compadre, que con la menor llamarada
quedara hecho ceniza! Compañía quise, compañía busqué, compañía hallé, pero
Dios lo remedie, por quién Él es.
Compadre
¿Tiene celos, señor compadre?
Cañizares
Del sol que mira a Lorencita, del aire que le toca, de las faldas que la
vapulan.
Compadre
¿Dale ocasión?
Cañizares
Ni por pienso, ni tiene por qué, ni cómo, ni cuándo, ni adónde: las ventanas,
amén de estar con llave, las guarnecen rejas y celosías; las puertas jamás se
abren; vecina no atraviesa mis umbrales, ni los atravesará mientras Dios me
diere vida. Mirad, compadre: no les vienen los malos aires a las mujeres de ir
a lo[s] jubileos ni a las procesiones, ni a todos los actos de regocijos
públicos; donde ellas se mancan, donde ellas se estropean y adonde ellas se
dañan, es en casa de las vecinas y de las amigas; más maldades encubre una mala
amiga, que la capa de la noche; más conciertos se hacen en su casa y más se
concluyen, que en una semblea.
Compadre
Yo así lo creo; pero si la señora doña Lorenza no sale de casa, ni nadie entra
en la suya, ¿de qué vive descontento mi compadre?
Cañizares
De que no pasará mucho tiempo en que no caya Lorencica en lo que le falta; que
será un mal caso, y tan malo, que en sólo pensallo le temo, y de temerle me
desespero, y de desesperarme vivo con disgusto.
Compadre
Y con razón se puede tener ese temer, porque las mujeres querrían gozar enteros
los frutos del matrimonio.
Cañizares
La mía los goza doblados.
Compadre
Ahí está el daño, señor [com]padre.
Cañizares
No, no, ni por pienso; porque es más simple Lorencica que una paloma, y hasta
agora no entiende nada desas filaterías; y adiós, señor compadre, que me quiero
entrar en casa.
Compadre
Yo quiero entrar allá, y ver a mi señora doña Lorenza.
Cañizares
Habéis de saber, compadre, que los antiguos latinos usaban de un refrán, que
decía: Amicus usque ad aras, que quiere decir: "El amigo, hasta el
altar"; infiriendo que el amigo ha de hacer por su amigo todo aquello que
no fuere contra Dios; y yo digo que mi amigo, usque ad portam, hasta la
puerta; que ninguno ha de pasar mis quicios; y adiós, señor compadre, y
perdóneme.
Éntrase
Cañizares.
Compadre
En mi vida he visto hombre más recatado, ni más celoso, ni más impertinente;
pero éste es de aquellos que traen la soga arrastrando, y de los que siempre
vienen a morir del mal que temen.
Éntrase
el compadre.
Salen
Doña Lorenza y Cristinica.
Cristina
Tía, mucho tarda tío, y más tarda Hortigosa.
[Doña]
Lorenza Mas, que nunca él acá viniese, ni ella tampoco; porque él me enfada y
ella me tiene confusa.
Cristina
Todo es probar, señora tía; y, cuando no saliere bien, darle del codo.
Doña
Lorenza ¡Ay, sobrina! Que estas cosas, o yo sé poco o sé que todo el daño está
en probarlas.
Cristina
A fe, señora tía, que tiene poco ánimo, y que, si yo fuera de su edad, que no
me espantaran hombres armados.
Doña
Lorenza Otra vez torno a decir, y diré cien mil veces, que Satanás habla en tu
boca; mas ¡ay! ¿Cómo se ha entrado señor?
Cristina
Debe de haber abierto con la llave maestra.
Doña
Lorenza Encomiendo yo al diablo sus maestrías y sus llaves.
Entra
Cañizares.
Cañizares
¿Con quién hablábades, doña Lorenza?
Doña
Lorenza Con Cristinica hablaba.
Cañizares
Miradlo bien, doña Lorenza.
Doña
Lorenza Digo que hablaba con Cristinica: ¿con quién había de hablar? ¿Tengo yo,
por ventura, con quién?
Cañizares
No querría que tuviésedes algún soliloquio con vos misma, que redundase en mi
perjuicio.
Doña
Lorenza Ni entiendo esos circunloquios que decís, ni aun los quiero entender; y
tengamos la fiesta en paz.
Cañizares
Ni aun las vísperas no querría yo tener en guerra con vos; pero, ¿quién llama a
aquella puerta con tanta priesa? Mira, Cristinica, quien es, y, si es pobre,
dale limosna y des- pídele.
Cristina
¿Quién está ahí?
Hortigosa
La vecina Hortigosa es, señora Cristina.
Cañizares
¿Hortigosa y vecina? Dios sea conmigo.
Pregúntale,
Cristina, lo que quiere, y dáselo, con condición que no atraviese esos
umbrales.
Cristina
¿Y qué quiere, señora vecina?
Cañizares
El nombre de vecina me turba y sobresalta; llámala por su proprio nombre,
Cristina.
Cristina
Responda: y ¿qué quiere, señora Hortigosa?
Hortigosa
Al señor Cañizares quiero suplicar un poco, en que me va la honra, la vida y el
alma.
Cañizares
Decidle, sobrina, a esa señora, que a mí me va todo eso y más en que no entre
acá dentro.
Doña
Lorenza ¡Jesús, y qué condición tan extravagante! ¿Aquí no estoy delante de
vos? ¿Hanme de comer de ojo? ¿Hanme de llevar por los aires?
Cañizares
¡Entre con cien mil Bercebuyes, pues vos lo queréis!
Cristina
Entre, señora vecina.
Cañizares
¡Nombre fatal para mí es el de vecina!
Entra
Hortigosa, y trai un guadamecí y en las pieles de las cuatro esquinas han de
venir pintados Rodamonte, Mandricardo, Rugero y Gradaso; y Rodamonte venga
pintado como arrebozado.
Hortigosa
Señor mío de mi alma, movida y incitada de la buena fama de vuesa merced, de su
gran caridad y de sus muchas limosnas, me he atrevido de venir a suplicar a
vuesa merced me haga tanta merced, caridad y limosna y buena obra de comprarme
este guadamecí, porque tengo un hijo preso por unas heridas que dio a un
tundidor, y ha mandado la justicia que declare el cirujano, y no tengo con qué
pagalle, y corre peligro no le echen otros embargos, que podrían ser muchos, a
causa que es muy travieso mi hijo; y querría echarle hoy o mañana, si fuese
posible, de la cárcel. La obra es buena, el guadamecí nuevo, y, con todo eso,
le daré por lo que vuesa merced quisiere darme por él, que en más está la
monta, y como esas cosas he perdido yo en esta vida. Tenga vuesa merced desa
punta, señora mía, y descojámosle, porque no vea el señor Cañizares que hay
engaño en mis palabras; alce más, señora mía, y mire cómo es bueno de caída, y
las pinturas de los cuadros parece que están vivas.
Al
alzar y mostrar el guadamecí, entra por detrás dél un galán; y, como Cañizares
vee los retratos, dice:
Cañizares
¡Oh, qué lindo Rodamonte! ¿Y qué quiere el señor rebozadito en mi casa? Aun si
supiese que tan amigo soy yo destas cosas y destos rebocitos, espantarse ía.
Cristina
Señor tío, yo no sé nada de rebozados; y si él ha entrado en casa, la señora
Hortigosa tiene la culpa; que a mí, el diablo me lleve si dije ni hice nada
para que él entrase; no, en mi conciencia, aun el diablo sería si mi señor tío
me echase a mí la culpa de su entrada.
Cañizares
Ya yo lo veo, sobrina, que la señora Hortigosa tiene la culpa; pero no hay de
qué maravillarme, porque ella no sabe mi condición, ni cuán enemigo soy de
aquestas pinturas.
Doña
Lorenza Por las pinturas lo dice, Cristinica, y no por otra cosa.
Cristina
Pues por esas digo yo. ¡Ay, Dios sea conmigo! Vuelto se me ha el ánima al
cuerpo, que ya andaba por los aires.
Doña
Lorenza ¡Quemado vea yo ese pico de once varas! En fin, quien con muchachos se
acuesta, etc.
Cristina
¡Ay, desgraciada, y en qué peligro pudiera haber puesto toda esta baraja!
Cañizares
Señora Hortigosa, yo no soy amigo de figuras rebozadas ni por rebozar; tome
este doblón, con el cual podrá remediar su necesidad, y váyase de mi casa lo
más presto que pudiere, y ha de ser luego, y llévese su guadamecí.
Hortigosa
Viva vuesa merced más años que Matute el de Jerusalén, en vida de mi señora
doña... no sé cómo se llama, a quien suplico me mande, que la serviré de noche
y de día, con la vida y con el alma, que la debe de tener ella como la de una
tortolica simple.
Cañizares
Señora Hortigosa, abrevie y váyase, y no se esté agora juzgando almas ajenas.
Hortigosa
Si vuesa merced hubiere menester algún pegadillo para la madre, téngolos
milagrosos; y, si para mal de muelas, sé unas palabras que quitan el dolor como
con la mano.
Cañizares
Abrevie, señora Hortigosa, que doña Lorenza, ni tiene madre, ni dolor de
muelas; que todas las tiene sanas y enteras, que en su vida se ha sacado muela
alguna.
Hortigosa
Ella se las sacará, placiendo al cielo, porque le dará muchos años de vida; y
la vejez es la total destruición de la dentadura.
Cañizares
¡Aquí de Dios! ¿Que no será posible que me deje esta vecina? ¡Hortigosa, o
diablo, o vecina, o lo que eres, vete con Dios y déjame en mi casa!
Hortigosa
Justa es la demanda, y vuesa merced no se enoje, que ya me voy.
Vase
Hortigosa.
Cañizares
¡Oh vecinas, vecinas! Escaldado quedo aun de las buenas palabras desta vecina,
por haber salido por boca de vecina.
Doña
Lorenza Digo que tenéis condición de bárbaro y de salvaje; y ¿qué ha dicho esta
vecina para que quedéis con la ojeriza contra ella? Todas vuestras buenas obras
las hacéis en pecado mortal: dístesle dos docenas de reales, acompañados con
otras dos docenas de injurias, ¡boca de lobo, lengua de escorpión y silo de
malicias!
Cañizares
No, no, a mal viento va esta parva; no me parece bien que volváis tanto por
vuestra vecina.
Cristina
Señora tía, éntrese allí dentro y desenójese, y deje a tío, que parece que está
enojado.
Doña
Lorenza Así lo haré, sobrina; y aun quizá no me verá la cara en estas dos
horas; y a fe que yo se la dé a beber, por más que la rehúse.
Éntrase
Doña Lorenza.
Cristina
Tío, ¿no ve cómo ha cerrado de golpe? Y creo que va a buscar una tranca para
asegurar la puerta.
Doña
Lorenza, por dentro.
[Doña
Lorenza] ¿Cristinica? ¿Cristinica?
Cristina
¿Qué quiere, tía?
Doña
Lorenza ¡Si supieses qué galán me ha deparado la buena suerte! Mozo, bien dispuesto,
pelinegro, y que le huele la boca a mil azahares.
Cristina
¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! ¿Está loca, tía?
Doña
Lorenza No estoy sino en todo mi juicio; y en verdad que, si le vieses, que se
te alegrase el alma.
Cristina
¡Jesús, y qué locuras y qué niñe[r]ías! Ríñala, tío, porque no se at[r]eva, ni
aun burlando, a decir deshonestidades.
Cañizares
¿Bobear, Lorenza? Pues a fe que no estoy yo de gracia para sufrir esas burlas.
Doña
Lorenza Que no son sino veras, y tan veras, que en este género no pueden ser
mayores.
Cristina
¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! Y dígame, tía, ¿está ahí también mi
frailecito?
Doña
Lorenza No, sobrina; pero otra vez vendrá si quiere Hortigosa, la vecina.
Cañizares
Lorenza, di lo que quisieres, pero no tomes en tu boca el nombre de vecina, que
me tiemblan las carnes en oírle.
Doña
Lorenza También me tiemblan a mí por amor de la vecina.
Cristina
¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías!
Doña
Lorenza Ahora echo de ver quién eres, viejo maldito; que hasta aquí he vivido
engañada contigo.
Cristina
Ríñala, tío, ríñala, tío; que se desvergüenza mucho.
Doña
Lorenza Lavar quiero a un galán las pocas barbas que tiene con una bacía llena
de agua de ángeles, porque su cara es como la de un ángel pintado.
Cristina
¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! Despedácela, tío.
Cañizares
No la despedazaré yo a ella, sino a la puerta que la encubre.
Doña
Lorenza No hay para qué: vela aquí abierta; entre, y verá como es verdad cuanto
le he dicho.
Cañizares
Aunque sé que te burlas, sí entraré para desenojarte.
Al
entrar Cañizares, danle con una bacía de agua en los ojos; él vase a limpiar;
acuden sobre él Cristina y Doña Lorenza, y en este ínterim sale el galán y
vase.
Cañizares
¡Por Dios, que por poco me cegaras, Lorenza! Al diablo se dan las burlas que se
arremeten a los ojos.
Doña
Lorenza ¡Mirad con quién me casó mi suerte, sino con el hombre más malicioso
del mundo! ¡Mirad cómo dio crédito a mis mentiras, por su [...], fundadas en
materia de celos, que menoscabada y asendereada sea mi ventura! Pagad vosotros,
cabellos, las deudas deste viejo; llorad vosotros, ojos, las culpas deste
maldito; mirad en lo que tiene mi honra y mi crédito, pues de las sospechas
hace certezas, de las mentiras verdades, de las burlas veras y de los
entretenimientos maldiciones. ¡Ay, que se me arranca el alma!
Cristina
Tía, no dé tantas voces, que se juntará la vecindad.
De
dentro.
Justicia
¡Abran esas puertas! Abran luego; si no, echarélas en el suelo.
Doña
Lorenza Abre, Cristinica, y sepa todo el mundo mi inocencia y la maldad deste
viejo.
Cañizares
¡Vive Dios, que creí que te burlabas! ¡Lorenza, calla!
Entran
el Alguacil y los músicos, y el bailarín y Hortigosa.
Alguacil
¿Qué es esto? ¿Qué pendencia es ésta? ¿Quién daba aquí voces?
Cañizares
Señor, no es nada; pendencias son entre marido y mujer, que luego se pasan.
Músicos
¡Por Dios, que estábamos mis compañeros y yo, que somos músicos, aquí pared y
medio, en un desposorio, y a las voces hemos acudido, con no pequeño
sobresalto, pensando que era otra cosa.
Hortigosa
Y yo también, en mi ánima pecadora.
Cañizares
Pues en verdad, señora Hortigosa, que si no fuera por ella, que no hubiera
sucedido nada de lo sucedido.
Hortigosa
Mis pecados lo habrán hecho; que soy tan desdichada, que, sin saber por dónde
ni por dónde no, se me echan a mí las culpas que otros cometen.
Cañizares
Señores, vuesas mercedes todos se vuelvan norabuena, que yo les agradezco su
buen deseo; que ya yo y mi esposa quedamos en paz.
Doña
Lorenza Sí quedaré, como le pida primero perdón a la vecina, si alguna cosa
mala pensó contra ella.
Cañizares
Si a todas las vecinas de quien yo pienso mal hubiese de pedir perdón, sería
nunca acabar; pero, con todo eso, yo se le pido a la señora Hortigosa.
Hortigosa
Y yo le otorgo para aquí y para delante de Pero García.
Músicos
Pues, en verdad, que no habemos de haber venido en balde: toquen mis
compañeros, y baile el bailarín, y regocíjense las paces con esta canción.
Cañizares
Señores, no quiero música: yo la doy por recebida.
Músicos
Pues aunque no la quiera.
El
agua de por San Juan
quita
vino y no da pan.
Las
riñas de por San Juan
todo
el año paz nos dan.
Llover
el trigo en las eras,
las
viñas estando en cierne,
no
hay labrador que gobierne
bien
sus cubas y paneras;
mas
las riñas más de veras,
si
suceden por San Juan
todo
el año paz nos dan.
Baila.
Por
la canícula ardiente
está
la cólera a punto;
pero,
pasando aquel punto,
menos
activa se siente.
Y
así, el que dice no miente,
que
las riñas por San Juan
todo
el año paz nos dan.
Baila.
Las
riñas de los casados
como
aquesta siempre sean,
para
que después se vean,
sin
pensar regocijados.
Sol
que sale tras nublados,
es
contento tras afán:
las
riñas de por San Juan
todo
el año paz nos dan.
Cañizares
Porque vean vuesas mercedes las revueltas y vueltas en que me ha puesto una
vecina, y si tengo razón de estar mal con las vecinas.
Doña
Lorenza Aunque mi esposo está mal con las vecinas, yo beso a vuesas mercedes
las manos, señoras vecinas.
Cristina
Y yo también; mas si mi vecina me hubiera traído mi frailecico, yo la tuviera
por mejor vecina; y adiós, señoras vecinas.
CHISTE
ENTREVISTA DE
TRABAJO
- ¿Nivel de inglés?
- Alto.
- Traduzca "amarillo".
- Yellow.
- Úselo en una frase.
- Me da un vaso con mucho yellow por favor?
- ¿Nivel de inglés?
- Alto.
- Traduzca "amarillo".
- Yellow.
- Úselo en una frase.
- Me da un vaso con mucho yellow por favor?
REFRAN
¡A darle que es mole de olla!
Invitación a hacer alguna cosa con buen ánimo y sin demora. El mexicanísimo mole de olla es, en opinión de muchos, uno de los platillos más deliciosos que puedan existir en el país; y por lo mismo, no debe desdeñarse ninguna oportunidad de disfrutarlo.
Invitación a hacer alguna cosa con buen ánimo y sin demora. El mexicanísimo mole de olla es, en opinión de muchos, uno de los platillos más deliciosos que puedan existir en el país; y por lo mismo, no debe desdeñarse ninguna oportunidad de disfrutarlo.
ADIVINANZA
Soy liso y llano en extremo,
y, aunque me falta la voz,
digo en su cara a cualquiera
la más leve imperfección;
contesto al que me pregunta
sin lisonja ni aflicción,
si la misma cara pone,
la misma le pongo yo.
(El espejo)
y, aunque me falta la voz,
digo en su cara a cualquiera
la más leve imperfección;
contesto al que me pregunta
sin lisonja ni aflicción,
si la misma cara pone,
la misma le pongo yo.
(El espejo)
CANCION
TENGO UNA MUÑECA VESTIDA DE AZUL
Tengo una muñeca
vestida de azul, con sus zapatitos y su canesú.
La lleve a la playa
se me constipó, la lleve a la casa la niña lloro.
Brinca la tablita yo ya la brinque brincala de nuevo yo ya
me cansé.
Dos y dos son cuatro,
cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho, dieciséis.
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